miércoles, 10 de marzo de 2010

De sabihondos y suicidas

Desde los primeros tiempos de su estadía en la Tierra, el hombre ha recurrido al pensamiento mágico para explicar lo que su capacidad de observación no podía comprender. Sin herramientas para racionalizar un fenómeno natural, lo atribuía a fuerzas supraontológicas. Así nacieron los dioses.

En todas las culturas primitivas, el panteón esencial está conformado por deidades con atributos relacionados con manifestaciones naturales y actividades humanas. Estas controlan las tormentas, aquellas el mar, otras la fertilidad de los campos y la abundancia de las cosechas. Luego, con el emplazamiento de las ciudades, aparecerán los dioses de jurisdicción local y con el desarrollo del pensamiento filosófico y político tendrán un papel fundamental en la regulación del comportamiento humano, dado que de estas entidades supranaturales emanará el poder, la justicia y la ética.

El avance de la ciencia, que finalmente logra explicar algunos de los misterios, mermará su injerencia en cuestiones naturales y la democratización del conocimiento disminuirá uno de los principales factores de sumisión al dogma: el temor a dios.

Y Jehová que fue en un comienzo un dios menor que manejaba la furia del monte Sinaí, cuyos cimbronazos asustaban a los pobladores, y que se volvió todopoderoso, desplazando a sus colegas y erigiéndose en único, debió conformarse con su competencia en el plano espiritual y con un reinado pleno en la vida ultraterrena.

La muerte de dios no fue un anuncio de Nietzsche: ya se le había adelantado varios siglos Jenófanes de Colofón, en el siglo VI a.C.. El griego, basado en los olímpicos, se preguntaba para qué queremos dioses que tienen las mismas imperfecciones que los hombres: se enojan, se vengan, mienten, roban, son crueles, indolentes,injustos. Tal vez lo mismo que se preguntaban esos judíos devenidos en cristianos cuando morigeraron las cualidades negativas de su único dios e imaginaron una recompensa a futuro, como para que valga la pena atravesar tantas penurias.

Hoy por hoy que en Occidente la religión está bastante demediada, el pensamiento mágico adopta otras formas: la pseudociencia. Así aparece la tan publicitada predicción maya del 2012, la supuesta mano de obra de alienígenas en todas las obras monumentales, las teorías conspirativas de todo tipo cada vez que ocurre una catástrofe.

Sigue siendo más tranquilizador confiar en un elemento sobrenatural que pensar. Y sigue siendo más funcional a los sistemas de poder que la gente crea cualquier paparruchada que transitar la senda del conocimiento. El verdadero peligro de estos tiempos no es que el mundo acabe en el 2012, el calentamiento global o el proyecto HAARP de los estadounidenses. El principal mal es la ignorancia y la institucionalización del oscurantismo por la difusión de las estupideces de unos cuantos vivos que hacen su agosto gracias a la credulidad de la gente.

Paralelamente, y como parte del mismo pensamiento mágico, hay una tendencia a creer que el pasado era la Arcadia y que los hombres involucionamos. Ya los quisiera ver en la Edad Media, cuando el libre albedrío era castigado con la hoguera. O durante la peste negra, cuando no había penicilina. O en plena Revolución Industrial, cuando los niños trabajaban 14 horas. Nos espantamos por la obligación del uso del shador entre las mujeres árabes y pero sostenemos sin pestañar que el hombre estaba mejor en altri tempi.

Hay un vacío místico porque dios ha demostrado ser inoperante, dado que sus representantes en la tierra lo han dejado mal parado. Ese espacio lo ocupan los charlatanes, no los filósofos, ni los artistas o los científicos. En la era del fast food paga más un condimento apocalíptico que el esfuerzo de miles de hombres y mujeres que a contracorriente siguen apostando al hombre y a su capacidad de crear, de pensar y de soñar, sin perder de vista que somos un accidente en el Cosmos, un grano de arena de la infinita playa del Universo.

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