miércoles, 28 de octubre de 2009

Pienso luego opino

La desideologización es una ideología. No descubrimos la pólvora, sino que el tema vuelve recurrentemente a través de algunos mensajes de los medios de comunicación. Aquellos que cacarean “inocentemente” que están hartos de la discusión política, so pretexto de que a “la gente” no le interesa, a la vez que se quejan de la aparición de los fantasmas de la historia reciente y del establecimiento de “bandos” irreconciliablemente enfrentados no están haciendo otra cosa que expresarse políticamente.

Y ya se sabe que la gota horada la piedra, sin querer con esto subestimar la capacidad crítica de los receptores de este mensaje. Pero un discurso amplificado hasta el absurdo, como un zumbido permanente en los oídos, puede surtir efecto en aquellos que, por hache o por be, prefieren consumir un pensamiento predigerido.

A los hechos me remito: a raíz de la polémica por la sanción de la nueva ley de medios audiovisuales muchas personas absorbieron, sin analizar racionalmente, el argumento emitido una y otra vez por las grandes corporaciones mediáticas, repitiendo textualmente las frases construidas por las usinas de la oposición a la ley.

De esta tarea se ocupan los llamados “formadores de opinión”, categoría que engloba a políticos, periodistas, conductores de radio y TV, actrices y actores devenidos en comunicadores, referentes sociales, etc. Hay opinólogos de todos los colores.

Lo preocupante del asunto es la inconsistencia de las argumentaciones, la falta de creatividad a la hora de sentar posición, a tal punto que se recurre al agravio y a la denuncia sin pruebas. Esto es, a la desideologización.

El debate de ideas es sano en toda sociedad democrática, porque del intercambio y la diversidad surgen mejores soluciones y esto necesariamente tiene que interesarnos porque forma parte de la realidad que vivimos. Exigir que los dirigentes se aboquen a la discusión responsable de estos temas es una obligación ciudadana.

La irrupción del pasado es consecuencia de que el presente no ha podido resolver aún las causas que lo generaron ni darle respuesta a las consecuencias que provocaron. Es una sombra que nos acechará mientras no echemos luz sobre la historia y no hagamos justicia sobre los responsables de tanto desaguisado.

Tomar partido de manera consciente, decidir quienes nos representan, es un derecho indelegable. “El hombre nace libre, responsable y sin excusas”, dijo Sartre. No hay excusas para ser un pusilánime sometido al vaivén de la corriente.

Que no nos vendan gato por liebre aquellos que se aprovechan del revoltijo de las aguas.

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