A língua é minha pátria
E eu não tenho pátria: tenho mátria
E quero frátria
Caetano Veloso
Es interesante ponerse a reflexionar sobre ciertos conceptos que parecieran indiscutibles e inexorables, a fuerza de haberse encarnado, muchas veces a sangre y fuego. Pero sucede algo, un hecho disparador, una noticia que nos conmueve y remueve desde lo profundo, para que el pensamiento derive a estos lugares recónditos del inconciente colectivo.
Los pueblos tenemos ciertas palabras cuya invocación tiene un significado que abarca más que la semántica y este significado subliminal es lo que las diferencia y lo que no encuentra traducción en otro idioma. Estas palabras hacen a la identidad cultural, dicen quiénes somos, qué valores tenemos, cómo pensamos, qué nos pasó.
De esta manera, para los latinos peninsulares (españoles, portugueses, italianos) madre tiene una fuerza conceptual que se refuerza por el culto a la Virgen María -adoración que no tiene equivalencia entre los cristianos protestantes del norte de Europa- y cuyo origen se puede rastrear hasta la época prehelénica, cuando los mediterráneos adoraban a la gran diosa blanca, el origen de la vida.
El escritor y helenista Robert Graves sostiene que en algún momento de la historia estas sociedades matriarcales, gobernadas por reinas que anualmente sacrificaban a su príncipe consorte a la diosa, cumpliendo así el ciclo de las estaciones del año, sufrieron un colapso, que bien puede asimilarse a la narración del mito de la titanomaquia, y de tal revolución surgieron los reyes varones y el Olimpo gobernado por un dios macho, Zeus, que desplazó a la diosa primordial.
Luego de esta digresión, volvemos al tema que nos convoca. Los latinos del sur de América heredamos esta glorificación de la madre de nuestros conquistadores y colonos europeos. Había un sustrato propicio, ya que para las culturas originarias el culto a la madre tierra era parte de su rutina cotidiana. Ese gran vientre los cobijaba y les daba de comer, de allí venían y hacía allí iban al morir.
Esa relación estrecha con la tierra, tanto en su significado material como ideal, hace que quechuas, aymarás y mapuches se refieran a su lugar origen como matria. Mismo término que utilizará Miguel de Unamuno para referirse a su país vasco y que reivindicará Virginia Woolf, tan preocupada por la literatura como por la cuestión femenina.
Si hablamos de la tierra que nos alumbró o de aquella otra que adoptamos para dar a luz nuestros proyectos y plantar nuestra semilla ¿por qué utilizamos un vocablo de raíz masculina? ¿Por qué quitarle esa noción de gran vientre amoroso que facilitaría la identificación desde lo sensible, desde esa relación natural que todo hijo tiene con su madre?
Porque patria lleva implícito la severidad de la figura paterna, la obediencia, el temor, que eran los atributos de la función. Patria es el estado gendarme, por eso es una palabra tan cara a los regímenes fascistas.
Y todo esto aflora porque ha muerto nuestra Mama Pacha, la mujer que mejor simbolizaba nuestra matria amerindia, y sus hijos estamos desconsolados y huérfanos.
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